Un circo para liberarse

Jóvenes con discapacidad física e intelectual disfrutan del poder liberador del circo a través de talleres impartidos por la escuela Carampa.

Es un día especial para los alumnos del centro Ponce de León. No sólo van a ser artistas circenses por un rato, si no que, además, van a experimentar la libertad de hacer lo que les apetezca. Y es que la esencia de este taller de circo –que forma parte del programa Jóvenes por la Inclusión de la Comunidad de Madrid y es impartido por la escuela Carampa en el Teatro Circo Price– es que investiguen, se diviertan y descubran sus cuerpos con el material repartido por la sala. Lo primero que ha escogido Diego ha sido el trapecio. Mecido por su inseparable amigo Enrique, se deja caer sobre la colchoneta. Ambos se ríen a carcajadas. Jan Pol –quien luce orgulloso su camiseta del Barcelona– corre apresurado hacia las pelotas y los aros. Y Ángela intenta hacer malabares con unos pañuelos de colores mientras otro grupo de alumnos se cuelga de las telas elásticas. “Son personas acostumbradas a unas rutinas muy marcadas. Expresarse y actuar sin límites les hace volverse locos de alegría, no hay más que observar sus caras”, dice el director de la escuela de circo Carampa, Donald Lehn.

Cuatro profesoras de Carampa, las cuáles han recibido formación específica, imparten este taller que dura alrededor de una hora y media y en el que se trabajan cinco áreas: música, aéreos, acrobacias, equilibrio y malabares. “El circo proporciona alegría, seguridad en uno mismo, libertad de movimiento…”, cuenta su coordinadora, Rocío Jiménez, “el objetivo es que personas con diferentes capacidades se diviertan y muestren de lo que son capaces, independientemente del nivel de su proeza”.

Al final del taller, los alumnos tienen la oportunidad de protagonizar su propio espectáculo. “Aunque empiezan probando todo, al final se genera un ambiente en el que cada uno elige y acaba haciendo lo que de verdad le gusta”, explica Jiménez. Suena música de circo tocada por un acordeón al que los chicos y chicas del centro Ponce de León acompañan con otros instrumentos de percusión. Al ser preguntada, Helena ha dicho que “a ella le ha gustado todo”. Sin embargo, para su número ha decidido sorprender a todos subiéndose a una pelota de plástico enorme. Salta y grita de alegría mientras sus compañeros corean su nombre y aplauden.

Para Borja Fernández, educador del centro Ponce de León, el beneficio de una actividad así es múltiple: “Comienza desde por la mañana cuando cogemos el metro, pagamos nuestro billete, cruzamos las calles, etcétera. De esta manera trabajamos también la autonomía por la ciudad”. “Para el taller, seleccionamos a aquellos alumnos que creemos que les pueden venir mejor estas actividades psicomotrices, creativas y musicales”, prosigue. Fernández destaca la dinamización del aula por parte de las profesoras y la entrega total de los alumnos.

Desde Carampa creen que “si los talleres se impartiesen de manera regular, estos alumnos se beneficiarían mucho más”. Sin embargo, el programa Jóvenes por la Inclusión solo ofrece uno por centro al trimestre. “Aunque el programa en general ha ido creciendo, el presupuesto con el que contamos no nos permite, de momento, ofrecer talleres continuados”, explica desde la Dirección General de Juventud y Deportes de la Comunidad de Madrid, Rocío García. El año pasado más de 2000 jóvenes se beneficiaron de los diferentes talleres –reciclaje, circo, deporte, radio– que ofrece este proyecto, cuyo objetivo es acercar el ocio a personas con diversidad funcional, discapacidad intelectual y aquellas que se encuentran en riesgo de exclusión social. “Queremos seguir creciendo en número de jóvenes y actividades”, apunta García.

El circo del centro Ponce de León cierra sus puertas, el taller y el espectáculo han concluido. Exhaustos, los alumnos y alumnas se preparan para marcharse. Bocadillo para reponer fuerzas y de vuelta a la vida más allá de la carpa.

Este artículo fue publicado originalmente en El País en junio de 2017.